La semana pasado celebré el Día Internacional del Libro
Infantil, haciendo lo que siempre hago: trayendo libros y la lectura en voz
alta a un asentamiento humano en el distrito de El Agustino en Lima. Llevo
desde enero yendo dos horas y media todos los miércoles a una improvisada
biblioteca de este barrio de bajo nivel socio económico, compartiendo cuentos,
prácticas de lectura, dibujos y juegos con los niños de la zona, dónde la
mayoría no tienen acceso a libros por otros medios.
Todos los libros son donados: muchos de los libros ya tenían
las monjas de la zona (quienes proporcionan el local) y son muy antiguos; otros
son versiones baratas y de poca calidad de contenido de cuentos tradicionales;
mientras otros son recientemente donados por familias de otro nivel
socio-económico de Lima y son más modernos, interesantes y divertidos. Esos,
lógicamente, son los más deseados y causas de discusiones sobre a quién le toca
esta semana llevarse uno de ellos a su casa. Y en algunos casos, son los que no
se han devuelto “todavía”.
Pero las versiones baratas de los cuentos infantiles - las
que abundan en los supermercados y otros puestos de ventas de libros baratos
acá, las que yo no elegiría para una selección idónea para niños de hoy día - también
tienen su atracción para los niños que acuden a estas improvisadas bibliotecas.
Claro, parte es porque es lo que tenemos, y a pesar de ser feos y de textos tan
reducidos o cambiados que ya no parecen el cuento original, los niños los
devoran. Lo que he observado en estos meses es que para estos niños, que no se
han criado con libros en sus casas, ni en sus aulas, ni con bibliotecas en los
barrios donde pueden encontrar y llevarse prestado todo tipo de libro, son
libros que tienen que ver y tocar; cuentos que tienen que conocer; e imágenes que
tienen que disfrutar - dando igual la calidad del libro y la edad del niño.
En España, los EE.UU y otras zonas de Lima, los niños han
conocido estos cuentos desde muy jóvenes en muchos formatos y desde muchos
fuentes: en películas, libros, teatros, teatros de títeres, por sus maestros,
abuelos o padres que se los han contado, entonces cuando llegan a 8, 9, 10
años, o quizás antes, ya no les interesan estos cuentos. Pero acá, incluso los
niños de 10 a 12 años estaban locos por llevarse estos cuentos y disfrutar de
ellos en sus casas. He concluido que es una etapa por la cual tienen que pasar,
sin saltarlo, dando igual su edad o nivel de lectura. Pero una vez que los han
visto todos, y varias veces, vuelven a buscar y pelearse por los pocos libros
infantiles publicados recientemente en Perú con ilustraciones maravillosas;
historias contadas con la lengua que refleja cómo se utiliza aquí en Perú;
sitios y circunstancias que les suenan familiares a ellos. Pero
desafortunadamente, estos escasean en mi colección donada.
Dadas las circunstancias de los libros a mi disposición, en
celebración del Día del Libro Infantil decidí
leer algunos de los cuentos tradicionales, empezando con la Sirenita de Hans
Cristian Anderson, cuyo cumpleaños marca la fecha. Lo que terminó sucediendo
fue la lectura de tres versiones diferentes del mismo cuento. Fue una
comparación interesante, donde algunas de las niñas más mayores destacaron las
diferencias principales: una no tenía la bruja del mar y la sirenita se
convirtió en espuma del mar; otra tenía la bruja del mar y le di una poción
para convertir la cola en piernas y al final se casa con el príncipe; mientras en
la otra la bruja le concedió su deseo al cambio de la voz para ella sin poción,
pero la Sirenita no llega a casarse con el príncipe. Sin embargo otras
lectoras más jóvenes tuvieron más dificultad en captar estas diferencias. La
comprensión lectora es un gran problema aquí, pero eso es asunto para otro
artículo.
Lo que me gustaría destacar con esto es el poco cuidado que
unos editoriales baratos tienen con estos textos, cogiendo total libertad con
ellos, como son textos sin canon de derechos de autor, y envolviéndolos en
ilustraciones mediocres y desfasadas, pero llenas de color. Los niños están
atraídos por ellos y los papás o abuelos los compran por su bajo precio, sus
títulos y colores y tamaños llamativos sin prestar atención al texto y si es
adecuado para el nivel de lectura de sus hijos, o si la historia es correcta o
tiene sentido en una versión tan corta (Que muchos ni se entiende si no tienes
conocimientos anteriores de la historia). Y por el bajo nivel de conocimiento
de este mundo, los que compran los libros ni saben que deben, ni cómo deben, evaluar
estos textos.
Hay dos grande labores pendientes en las zonas donde me
muevo: Conseguir poner libros en manos de los niños y mejorar la calidad de los
mismos, especialmente los que están al alcance económico de estas familias. En
esta labor sigo trabajando.